Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?
Por Giancarlo Reto
Las palabras del Señor Jesús en la cruz son un reflejo de
las necesidades espirituales de la humanidad. La cruz representa el fracaso
humano de un hombre que quiso predicar la Verdad, pero también el éxito divino
de una Verdad que permanente en la historia. Representa el dolor humano, cruel
de un cuerpo desgarrado inocentemente, pero también el gozo del Amor
incondicional y entregado. Representa el grito desesperanzador de muchos que
mueren injustamente y en soledad, pero también el grito de liberación de un
alma salvada por Dios.
Así de paradójico es el momento de la Cruz. Y en esta cuarta
palabra nos deja algo desconcertados un Jesús que grita y reclama: Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Esta frase debemos verla de dos perspectivas para entenderla:
primero, desde una perspectiva humana, sabiendo que es difícil mantenerse firme
y de pie cuando el mal nos acecha y los problemas de la vida nos tumban. Y
segundo, desde una perspectiva de fe, donde el sentimiento de estar abandonado
se vuelca a un salto de suma confianza en las manos del Padre Creador.
Estas palabras, son un grito a Dios, que aún sabiendo
nosotros que él no nos abandona, nos agarramos fuerte de su manto y clamamos por
su misericordia para sentirnos escuchados, perdonados, ayudados, salvados,
amados. Como dije al principio, es un reflejo de las necesidades humanas y
espirituales.
Dios no nos abandona, Dios no abandonó a su hijo en ningún
momento. Recordemos que él vino a este mundo con una misión, la cual implicaba
dar la vida por el ser humano en una muerte de Cruz. Jesús fue consciente de
esto y no huyó a su destino. Muchas veces las situaciones que nos pasan en la
vida son misteriosas e incomprensibles humanamente hablando, pero cuando las
miramos desde los ojos de Dios, cobran un sentido invaluable y trascendente. Desde
cualquier filosofía sabemos que la vida terrena nunca va a ser de felicidad
permanente, sino que está llena de obstáculos, sufrimiento e injusticia. No a
todos nos toca vivir como reyes, y aún los reyes también sufren. El vaivén de
la vida, de cosas buenas y malas, nos hacen comprender que nuestra misión consiste
en encontrar en primer lugar nuestro sitio o lugar en este mundo, el sentido de
nuestra existencia, y en este camino de búsqueda, nos
encontramos con la existencia de Dios y de nuestros hermanos, que pueden estar sufriendo
igual o más que nosotros mismos.
Jesús llegó al momento culmen de su vida y misión, asumiendo
con valor las consecuencias de su predicación y testimonio frente a todo el
mundo. Faltando poco para morir reclama a su Padre el abandono que siente como
hombre, pero a la vez realiza un acto de suma confianza y dependencia en sus
manos.
Queridos hermanos, estamos pues llamados en esta Semana
Santa a reflexionar en el abandono como un acto de confianza en Dios: ¿Cuán
capaz eres de entregar todo en las manos de Dios? ¿alguna vez has sentido que
todo lo has hecho y que solo te queda esperar y abandonarte en Dios? ¿Cuándo llegue
el momento de la desolación en tu vida y de la prueba, serás capaz de hacer un
acto de suma confianza en el Señor?
Ponte en oración y abandónate en las manos de tu Padre
Creador.