Al Encuentro del Señor
Por Giancarlo Reto
A Dios lo podemos encontrar en todas partes: en la naturaleza, en nosotros mismos, en los demás, en los misterios de la vida, en la grandeza de la creación, en las leyes naturales, en la Biblia, en la oración, pero de una manera especial, perfecta y completa en la Eucaristía, verdadero Cuerpo y verdadera Sangre del Señor Jesús, pues él mismo quiso quedarse de forma sacramental en medio de nosotros (Lc 22,19), sobre todo como alimento para la vida eterna (Jn 6,55-56).
Mucha gente católica
dice que basta con rezar en casa y tener buena conducta para estar con Dios,
sin embargo, esto no es así, porque en donde encontramos a Cristo vivo y
presente es en su Cuerpo y su Sangre. Este lo ha dado como alimento para
fortalecer nuestro espíritu y participar de manera prefigurada del banquete
eterno en el Cielo. ¿Qué pasa con los que siempre van a Misa, comulgan y siguen
siendo malas personas? Jesús nos dice también que “no todo el que me dice
Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad
de mi Padre” (Mt 7,21). Esto quiere decir, que la fe y mis obras deben siempre
ir de la mano coherentemente. Si voy a la Misa y comulgo, esto debe llevarme a
actuar bien con mi prójimo y en la sociedad, como también debo alimentarme y
fortalecer mi alma con Cristo Sacramentado.
La palabra Misa viene
del latín Missa (enviar, dejar ir) es decir, al término de la Misa el sacerdote
nos dice “Pueden ir en paz” o “Marchaos en paz”, lo cual implica una misión que
cumplir fuera de la Misa con nuestra acción.
La asistencia a la Misa
comienza en el católico como un hábito de vida que al principio puede darse de
manera obligada pero que después, con la catequesis y la práctica se convierte
en una necesidad espiritual, hasta que al final el católico diga “NECESITO IR A
LA MISA A ENCONTRARME CON MI DIOS Y SEÑOR”.
Si bien la Misa es un ritual de culto a Dios, no quiere decir que sea algo repetitivo sin sentido. El
sentido de toda la Misa se encuentra principalmente en el momento de la Consagración del pan y del vino que se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor, lo cual significa que se vuelve a repetir el sacrificio de Jesús en la cruz así como su resurrección. No necesitamos presentar en el altar animales degollados u ofrendas humanas como hacían las antiguas culturas para sus dioses, sino que la ofrenda perfecta al Padre es la entrega por amor del mismo Hijo, Jesucristo, con su muerte y resurrección, además, de que cada uno de los fieles que asistimos a la Misa somos ofrecidos ante el Señor con nuestros aciertos y desaciertos de vida.
Por eso, la necesidad de
ir a la Misa está en que la persona se une de manera plena y sacramental a
Cristo Jesús que se da en alimento para la vida eterna: "Yo soy el pan
vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan
que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo" (Jn 6,51)
Por tal motivo, cada vez que asistimos a la
Misa, es reencontrarnos de manera presencial con el Amado, Jesús. La oración,
la lectura de la Biblia, el rezo del rosario u otras prácticas católicas de
encuentro con Dios son válidas ya que nos acercan a Dios, pero la Eucaristía es
encontrarnos con él de manera más perfecta. Es como cuando llamas a tu
enamorado o enamorada por teléfono o le escribes por el chat, sin embargo,
esperas con ansias el momento perfecto para encontrarte con él o ella de manera
presencial y directa. También es encontrarnos en comunión con los hermanos, con
los que compartimos la misma fe y filiación a Dios: “La comunión es, según su
esencia, el sacramento de la fraternidad cristiana” (PP. Benedicto XVI).
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